En Busca de un Rostro Familiar
Por Jose Bernardo | Graduado del programa de hombres y participante del ministerio de Aguapanela
Comencé a usar drogas cuando tenía 14 años, primero con cigarrillos, después con alcohol, luego con marihuana y finalmente con cocaína.
20 años después, tomé la decisión de dejar de consumir. Me encerré en mi casa durante 5 meses y pude dejar las drogas.
Pensé que era libre.
Al día siguiente fui a visitar la casa de mi madre y descubrí que mi padre había sido asesinado. Encontré consuelo en las manos de mi hermano (también adicto) que me ofreció drogas para aliviar mi dolor. Acepté y caí profundamente en la adicción y en la depresión; tenía deseos de suicidio.
Fue hace dos años, en el Día de la Madre, que el dueño de la casa me echó. Esa noche dormí en la calle por primera vez, no muy lejos de Ciudad Refugio. Conocía la fundación porque había venido aquí una vez con mi madre para buscar a mi hermano, quien también era drogadicto. Mientras estaba en mi adicción, eché a mi hermano porque sentía que su adicción estaba causando que la mía se saliera de control.
Después de pasar una segunda noche en la calle, decidí venir a Ciudad Refugio a buscar ayuda.
Oré mientras caminaba, diciéndole a Dios que nunca había hecho nada por mí y que este era mi último intento de hacer algo bien para arreglar mi vida.
Cuando llegué a Ciudad Refugio, la puerta estaba abierta. Me recibieron y lo hicieron con una taza de café caliente. En mis 14 meses aquí, nunca los he visto ofrecer café a alguien que entrara en el programa; eso significó mucho para mí.
Un mes después de llegar a la fundación, mi madre fue expulsada de su casa y, por la gracia de Dios, Ciudad Refugio le abrió la puerta para que ella viniera a vivir a la fundación.
Cuando terminé mi programa, de inmediato comencé a servir en el ministerio de aguapanela. Después de haber estado en la fundación durante un mes, me propuse a servir en el ministerio alcance del aguapanela tan pronto como me lo permitieron. Ahora voy todas las semanas, con la esperanza de encontrar a mi hermano en las calles. Me siento mal por haberlo echado de la casa cuando estaba en mi adicción y quiero ofrecerle la misma oportunidad que tuve para recuperarme. Todos los miércoles voy y participo y entrego información sobre la fundación junto con una bebida caliente. Y cada semana doy gracias a Dios al reconocer que me salvó de la misma situación. A veces somos tan necios. No entiendo las cosas tan terribles que suceden en las vidas de las personas, pero estoy agradecido con Dios por haberme rescatado.